los 4 acuerdos de la sabiduría tolteca

Resumen publicado en el blog oficial de la Biblioteca de la AECID. Se puede solicitar el préstamo del libro en la Biblioteca (SIGNATURA 2b-37760).

La domesticación y el sueño del planeta

Lo que ves y escuchas ahora mismo no es más que un sueño… Sueñas con el cerebro despierto. Soñar es la función principal de la mente… Antes de que naciésemos, aquellos que nos precedieron crearon un enorme sueño externo que llamaremos el sueño de la sociedad. Este sueño incluye todas las reglas de la sociedad, sus creencias, sus leyes, sus religiones, sus diferentes culturas y maneras de ser, sus gobiernos, sus escuelas, sus acontecimientos sociales y sus celebraciones.  El sueño externo tiene tantas reglas que, cuando nace un niño, captamos su atención para introducir estas reglas en su mente. El sueño externo utiliza a mamá y papá, la escuela y la religión para enseñarnos a soñar… Los adultos que nos rodeaban captaron nuestra atención y, por medio de la repetición, introdujeron información en nuestra mente. Así es como aprendimos todo lo que sabemos. Una vez entendemos el código, nuestra atención queda atrapada y la energía se transfiere de una persona a otra…. La única forma de almacenar información es por acuerdo… Llamo a este proceso «la domesticación de los seres humanos»… Uno a uno, todos esos acuerdos forman el Libro de la Ley y dirigen nuestro sueño… El Juez interior utiliza lo que está en nuestro Libro de la Ley para juzgar todo lo que hacemos y dejamos de hacer… Hay otra parte en nosotros que recibe los juicios, y a esa parte la llamamos «la Víctima». La Víctima carga con la culpa, el reproche y la vergüenza… Cualquier cosa que vaya contra el Libro de la Ley hará que sintamos una extraña sensación en el plexo solar, una sensación que se llama miedo… Aunque el Libro de la Ley esté equivocado, hace que nos sintamos seguros… Nuestro mayor miedo es arriesgarnos a vivir: correr el riesgo de estar vivos y de expresar lo que realmente somos. Hemos aprendido a vivir intentando satisfacer las exigencias de otras personas… Durante el proceso de domesticación, nos formamos una imagen mental de la perfección… pero no encajamos en ella… Como no somos perfectos, nos rechazamos a nosotros mismos… Nadie, en toda tu vida, te ha maltratado más que tú mismo.

EL PRELUDIO DE UN NUEVO SUEÑO.

Has establecido millares de acuerdos contigo mismo, con otras personas, con el sueño que es tu vida, con Dios, con la sociedad, con tus padres, con tu pareja, con tus hijos; pero los acuerdos más importantes son los que has hecho contigo mismo. En esos acuerdos dices: «Esto es lo que soy. Esto es lo que creo. Soy capaz de hacer ciertas cosas y hay otras que no puedo hacer…» … Un solo acuerdo no sería un gran problema, pero tenemos muchos acuerdos que nos hacen sufrir… Si quieres vivir con alegría y satisfacción, debes hallar la valentía necesaria para romper esos acuerdos que se basan en el miedo y reclamar tu poder personal… Si los adoptas, estos cuatro acuerdos crearán el poder personal necesario para que cambies todo tu antiguo sistema de acuerdos… Se necesita una gran voluntad para adoptarlos.

EL PRIMER ACUERDO: Sé impecable con tus palabras

El primer acuerdo es el más importante y también el más difícil de cumplir… consiste en ser impecable con tus palabras. ¿Por qué tus palabras? Porque constituyen el poder que tienes para crear… Tú plantas una semilla, un pensamiento, y éste crece. Las palabras son como semillas… Durante nuestra domesticación, nuestros padres y hermanos expresaban sus opiniones sobre nosotros sin pensar. Nosotros nos creíamos lo que nos decían y vivíamos con el miedo que nos provocaban sus opiniones, como la de que no servíamos para nadar, para los deportes o para escribir… ¿Qué significa la palabra «impecabilidad»?. Significa «sin pecado». … Un pecado es cualquier cosa que haces que va contra ti… Vas contra ti cuando te juzgas y te culpas por cualquier cosa… Ser impecable es no ir contra ti mismo. Cuando eres impecable, asumes la responsabilidad de tus actos, pero sin juzgarte ni culparte… Ser impecable con tus palabras es no utilizarlas contra ti mismo… significa utilizar tu energía correctamente, en la dirección de la verdad y del amor por ti mismo… No somos impecables con nuestras palabras… Por lo general, empleamos las palabras para propagar nuestro veneno personal: para expresar rabia, celos, envidia y odio…y así es como creamos y perpetuamos el sueño del infierno.

Si adoptamos el Primer Acuerdo y somos impecables con nuestras palabras, cualquier veneno emocional acabará por desaparecer de nuestra mente y dejaremos de transmitirlo en nuestras relaciones personales… La impecabilidad de tus palabras también te proporcionará inmunidad… Puedes medir la impecabilidad de tus palabras a partir de tu nivel de autoestima… La impecabilidad de tus palabras te llevará a la libertad personal, al éxito y a la abundancia; hará que el miedo desaparezca y lo transformará en amor y alegría.

EL SEGUNDO ACUERDO: No te tomes nada personalmente

El Segundo Acuerdo consiste en no tomarte nada personalmente. Te lo tomas personalmente porque estás de acuerdo con cualquier cosa que se diga. Y tan pronto como estás de acuerdo, el veneno te recorre y te encuentras atrapado … en lo que llamamos «la importancia personal»… Durante el período de nuestra domesticación, aprendimos a tomarnos todas las cosas de forma personal… Pero nada de lo que los demás hacen es por ti. Lo hacen por ellos mismos. Todos vivimos en nuestro propio sueño, en nuestra propia mente… Tomarse las cosas personalmente te convierte en una presa fácil para los depredadores… Pero si no te lo tomas personalmente, serás inmune a todo veneno.

Es posible que incluso me digas: «Miguel, lo que dices me duele». Pero lo que te duele no es lo que yo digo, sino las heridas que tienes y que yo he rozado con lo que he dicho. Eres tú mismo quien se hace daño. Si alguien te dice que eres maravilloso, no lo dice por ti. Tú sabes que eres maravilloso. No es necesario que otras personas te lo digan para creerlo… No te tomes nada personalmente porque, si lo haces, te expones a sufrir por nada… Bastará con practicar el Segundo Acuerdo para que empieces a romper docenas de pequeños acuerdos que te hacen sufrir. Y si practicas además el Primer Acuerdo, romperás el 75 por ciento de estos pequeños acuerdos que te mantienen atrapado.

EL TERCER ACUERDO: No hagas suposiciones

El tercer acuerdo consiste en no hacer suposiciones. Tendemos a hacer suposiciones sobre todo. El problema es que, al hacerlo, creemos que lo que suponemos es cierto… Hacemos una suposición, comprendemos las cosas mal, nos lo tomamos personalmente y acabamos haciendo un gran drama de nada… Siempre es mejor preguntar que hacer una suposición, porque las suposiciones crean sufrimiento… Cuando ya no hagas suposiciones, tus palabras se volverán impecables.

EL CUARTO ACUERDO: Haz siempre lo máximo que puedas

Sólo hay un acuerdo más, pero es el que permite que los otros tres se conviertan en hábitos profundamente arraigados. Es este: Haz siempre lo máximo que puedas… en ocasiones, lo máximo que podrás hacer tendrá una gran calidad, y en otras no será tan bueno. Independientemente del resultado, sigue haciendo siempre lo máximo que puedas, ni más ni menos… Si haces lo máximo que puedas, vivirás con gran intensidad.

Expresar lo que eres es emprender la acción. Puede que tengas grandes ideas en la cabeza, pero lo que importa es la acción… No necesitamos saber ni probar nada. Ser, arriesgarnos a vivir y disfrutar de nuestra vida, es lo único que importa.

Los Cuatro Acuerdos son un resumen de la maestría de la transformación, una de las maestrías de los toltecas. Transformas el infierno en cielo… Para mantenerlos, necesitas una voluntad fuerte porque vayamos donde vayamos descubrimos que nuestro camino está lleno de obstáculos… Por esta razón es necesario que seas un gran cazador, un gran guerrero capaz de defender los Cuatro Acuerdos con tu vida. Tu felicidad, tu libertad, toda tu manera de vivir dependen de ello. El objetivo del guerrero es trascender este mundo, escapar de este infierno y no regresar jamás a él… Tal como nos enseñan los toltecas, la recompensa consiste en trascender la experiencia humana del sufrimiento, y convertirse en la encarnación de Dios…

EL CAMINO HACIA LA LIBERTAD: Romper viejos acuerdos

Todos hablan de libertad. Distintas personas, diferentes razas y distintos países luchan por la libertad en todo el mundo. La verdadera libertad está relacionada con el espíritu humano: es la libertad de ser quienes realmente somos. ¿Quién nos impide ser libres? Nosotros mismos.  Si vemos a un niño de dos o tres años, o quizá de cuatro, descubrimos un ser humano libre. Hace lo que quiere hacer… ¿Qué le ha pasado al ser humano adulto? … el Libro de la Ley, el gran Juez, la Víctima y el sistema de creencias dirigen su vida, y ya no es libre porque no le permiten ser quien realmente es… Ya es hora de que te liberes de la tiranía del Juez y de que cambies los fundamentos de tus propios acuerdos. Ya es hora de que te liberes del papel de Víctima.

Existen tres maestrías que llevan a la gente a convertirse en toltecas. La primera es la Maestría de la Conciencia: ser conscientes de quiénes somos realmente, con todas nuestras posibilidades. La segunda es la Maestría de la Transformación: cómo cambiar, cómo liberarnos de la domesticación. La tercera es la Maestría del Intento: el Intento es esa parte de la vida que hace que la transformación de la energía sea posible; es el ser viviente que envuelve toda energía; Es la vida misma; es el amor incondicional.

Los toltecas comparan al Juez, a la Víctima y el sistema de Creencias con un parásito que invade la mente humana… todos los seres humanos domesticados están enfermos. Lo están porque un parásito controla su mente y su cerebro, un parásito que se alimenta de las emociones negativas que provoca el miedo. El parásito el juez, la Víctima y el sistema de creencias controla nuestra mente y nuestro sueño personal. El parásito sueña en nuestra mente y vive en nuestro cuerpo. Se alimenta de las emociones que surgen del miedo, y le encantan el drama y el sufrimiento…

Quienes siguen las tradiciones chamánicas de América, desde Canadá hasta Argentina, se llaman a sí mismos guerreros. ¿Quién es un guerrero? Es el que se rebela contra la invasión del parásito. En el mejor de los casos, ser un guerrero nos da la oportunidad de trascender el sueño del planeta y cambiar nuestro sueño personal por otro al que llamamos cielo.

Si queremos ser libres, tenemos que destruir el parásito. 1.Una solución es atacar sus cabezas una a una, es decir, enfrentarnos a nuestros miedos uno a uno. 2.Una segunda solución sería dejar de alimentar al parásito. Para hacerlo debemos abstenernos de alimentar las emociones que surgen del miedo. 3.Una tercera solución es la que se denomina la iniciación a la muerte. Esta iniciación se encuentra en muchas tradiciones y escuelas de todo el mundo… Es una muerte simbólica que mata al parásito sin dañar nuestro cuerpo…

un día a la vez

Vivimos en una época de caos. Nuestra mente está todo el día en modo random. Los expertos dicen que tenemos aproximadamente 60.000 pensamientos diarios, y la mayoría son negativos. Pensar y pensar. Cientos de quehaceres pendientes, proyectos, tareas sin acabar. Vivimos en la época del emprendimiento, las redes sociales y los retos continuos. Esto nos está costando demasiado. Nuestras ocupaciones (y, peor aún, las pre-ocupaciones) están destruyendo nuestra mente, nuestras emociones: nuestra salud.

No paramos nunca, por más que el cuerpo lo pida a gritos y con enfermedad; solo seguimos. Y seguimos. Vamos arrastrando la cobija, caminamos agotados en las rutinas diarias del hacer.

Se nos ha olvidado el gran placer de no hacer nada. Ni siquiera de pensar.

Un día a la vez significa estar presente. El eterno regalo del aquí y el ahora. Detenernos. Respirar. Ir despacio, sin tragedias ni dramas. Darnos un espacio para la nada. Sentir el vacío de la acción y dejarlo reposar en nuestra cabeza, apacible y quieto. Entregarnos a la provocación del silencio. Hacer una larga pausa y descansar en nosotros mismos.

Relajarnos. Sentirnos. Escucharnos: ver que aún nos habitamos (¿nos habitamos, realmente?).

Crear nuevos santuarios, nuevos rituales de gozo y placer. Practicar el arte del Niksen (el arte holandés de no hacer nada). Y soltar la exigencia (casi mítica) de la sobreproductividad y el rendimiento.

Darnos cuenta de que la vida está sucediendo en este preciso momento. Y se va… 

La era de la depresión

Vivimos en la era de la depresión, de la ansiedad, del estrés; somos hijos del cortisol y de la histeria social. Deprimirse es cada vez más frecuente. La ventaja es que hoy la gente se atreve a nombrar la enfermedad sin que le tatúen letras escarlata en la frente o la llamen loca. Al parecer, los estigmas y prejuicios sociales derivados de la completa ignorancia sobre este padecimiento se han ido silenciando. ¿Será que, al fin, después de dos años de locura (pandemia, mascarillas, vacunas, nevadas, volcanes, guerra, pandemia de nuevo, mascarillas, vacunas…) todos hemos llegado a tocar, de alguna manera, la fría mano de la depresión? Por supuesto que sí: todos hemos sentido ese roce de tristeza penetrante, esa ansiedad que carcome, ese miedo ante lo incierto y lo inevitable, ese sentimiento de angustia por no poder respirar ni gritar ni vivir con tranquilidad; esa impotencia de sentirse atrapado en un mundo que gira en torno a todo menos la paz y la hermandad. Esa tristeza que se cuela debajo de la tierra y nos hunde hacia lo más profundo de nuestro desconocido interior. Esa tristeza que aparece, llega y se queda.

Y es que lo importante es darse cuenta de que la depresión va más allá de la tristeza. Las personas que viven deprimidas luchan contra un enemigo implacable: ellas mismas. Experimentan falta de interés por las actividades diarias; pierden o ganan peso; padecen insomnio o sufren de somnolencia excesiva; no tienen energía para darse un baño o prepararse la comida; son incapaces de concentrarse; van de la cama al sofá y del sofá a la cama. Muchas veces piensan que les tocó ser así, asumen su tristeza, la abrazan, se la meten muy adentro y aprenden a vivir con ella, aunque realmente no estén viviendo.

Todos conocemos a un depresivo porque todos escondemos a nuestro propio depresivo: da igual si tenemos una depresión clínicamente diagnosticada y necesitamos medicación diaria o si nuestra depresión se muestra en llantos ocasionales, arrebatos tóxicos o adicciones, en no poder ver más allá de lo malo que nos sucede, en sentirnos exhaustos, sobrepasados y al límite. No importa el nivel de tristeza o depresión que presentemos: hemos aprendido a vivir encarcelando nuestro mundo emocional, somos perfectamente capaces de disimular nuestras emociones, pero no de gestionarlas: las vamos amontonando en las profundidades de nuestro inconsciente hasta que un día explotamos. Nos hemos convertido en una raza de humanoides que prefieren desconectarse de su yo interno para conectarse a una red wifi.

Por suerte, la depresión es el trastorno mental más común. Y es tratable. Y lo primero que deberíamos hacer para superarla es justamente eso: hacer. Porque lo contrario a la depresión no es echarle huevos y tener ánimo y ser feliz: es la actividad. Ponerse en movimiento, entrar de nuevo en la vida, por más cabrona que la veamos.

Todavía nos queda un largo camino para hacer visibles las enfermedades mentales (y, como diría mi amigo Edmundo, las enfermedades mentales no existen; lo que se enferma es el cerebro, no la mente, y ya podríamos empezar a llamarlas por su nombre: enfermedades cerebrales) sin que aparezca la mancha del juicio social.

Pero lo más importante es que seamos capaces de darnos cuenta de que todos somos unos locos y unos depresivos: somos humanos. En esto radica la empatía verdadera, en reconocer que todos somos espejos de todos. Si uno está triste, yo también lo puedo estar. Y entonces… puedo sostenerlo, abrazarlo, entenderlo, acompañar su camino. Sin juzgar.

Como dice William Styron en su libro Darkness Visible, a memoir of madness, de 1990: “Para aquellos que han vivido en la selva oscura de la depresión, y conocen su inexplicable agonía, su regreso del abismo no es diferente del ascenso del poeta, recorriendo más y más arriba, el camino de salida de las negras profundidades del infierno para finalmente emerger a lo que él llama ‘el brillante mundo’. Allí, quien haya recobrado la salud, ha recobrado casi siempre el don de la serenidad y la alegría, y tal vez ésta sea recompensa suficiente por haber soportado la desesperación más allá de la desesperación”.

Artículo publicado en Diario 16 el 19 de marzo, 2022

La era de la depresión

La era de la desconexión

“Hay un vacío que sienten en estos tiempos hombres y mujeres, que sospechan que su naturaleza femenina, como Perséfone, se ha ido al infierno. Dondequiera que exista tal vacío, tal brecha o ágape de dolor, la curación debe buscarse en la sangre de la misma herida. Es otra de las antiguas verdades alquímicas: no se hará solución alguna sino en la propia sangre.”

Nor Hall, La luna y la virgen.

Vivimos en la era de la desconexión. Hemos aprendido a vivir robotizadas, eufóricas, con estrés crónico y con una sobrecarga que nos va rompiendo poco a poco en pedazos. La vida pasa como pasan las lluvias. Estamos desconectadas de nosotras mismas, de nuestros hijos, parejas, padres y amigos. Nos vamos sumergiendo en la vorágine residual de la pandemia, de la nueva normalidad, de una guerra actual, del día a día que amanece-atardece-anochece y se va. Vamos perdiendo la esencia de nuestra femineidad, nos vemos en el espejo y no nos reconocemos: ¿dónde estoy?, ¿adónde voy?, ¿quién soy?  Y es que vivimos en una época de exigencias absurdas, y lo peor es que acabamos comprándolas todas. No hay día que pase sin que nos exijamos algo, y la exigencia siempre nos conduce al juicio: si no cumplimos esas metas irreales, casi imposibles (porque, eso sí, somos unas verdaderas campeonas en ponernos metas irrealizables), nos cae la espada flamígera de nuestro propio verdugo enjuiciándonos por incapaces, por insuficientes, por débiles, cobardes, inseguras, y esa larga e interminable lista de calificativos non gratos.

Y, ante la imposibilidad de ser quienes realmente somos, nos deprimimos, pues no somos lo suficientemente buenas mujeres: somos migajas de mujeres. Adiós plenitud, bienvenida infelicidad. Y nada más alejado de la realidad: no podemos ser perfectas, porque no debemos ser perfectas, es contra natura. Y es que ser mujer es muy duro en los tiempos del fitness, el detox, la liposucción, los suplementos, el botox, la depilación láser, los multivitamínicos, lo bio y lo vegano.

Ser mujer debería ser solo eso: Ser Mujer.

Pero en estos tiempos tenemos que ser ultra seres: tener el cuerpo divino, ser mamás excepcionalmente emocionales, racionales e intelectuales, waldorf y montessori; tener un trabajo exitoso y una pareja funcional, empática, amorosa y de revista; además de que ahora también es indispensable ser influencer, blogger o youtuber.

Y todo, claro, es una cuestión de salud. Porque hoy en día el estereotipo que marca la sociedad para las mujeres es ser sanas y saludables. Sin embargo, lo que está sucediendo es que estas exigencias son todo menos salud. Estamos enfermándonos del cerebro y de las emociones.

Los estereotipos, la moda, la publicidad, las redes sociales, todo lo que habita fuera de nosotras –lo externo- nos quiere convertir en mujeres eólicas y respetuosas con el medio ambiente pero no con nosotras mismas.

Es demasiado. Me parece demasiado.

Somos imperfectas y cuanto más rápido lo aceptemos, mejor.

Tenemos derecho a tener canas, celulitis y barrigón.

Tenemos derecho a sentirnos cansadas, exhaustas de nuestras rutinas; a sentirnos sobrepasadas, deprimidas; a poner límites, a ser sinceras, a no correr maratones ni hacer bikram a las 7 am; a comer cruasanes o carne, beber vino, cerveza o café.

Podemos desquiciarnos con nuestros hijos y reconocer las frustraciones que nos provocan nuestras parejas y familiares.

Podemos decir que no. Una y mil veces: ¡no!

Debemos dejar de exigirnos. Debemos dejar de mirar a los otros para vernos a nosotras mismas.

Porque ¿somos estereotipos o somos personas?

¿Somos mujeres vivas o somos mujeres esqueletos?

Artículo publicado el 11 de marzo de 2022 en Diario 16. https://diario16.com/author/eunice-mier/

qué es la Terapia Gestalt / entrevista a Claudio Naranjo

Para entender mejor qué es la Terapia Gestalt, comparto la siguiente entrevista a Claudio Naranjo, discípulo de Fritz Perls (fundador y gran maestro de la Gestalt).

Entrevista de Laura G. de Rivera para la Revista Muy Interesante, 2016.

-7 minutos de lectura-

Crecimiento y auto­conciencia son claves de esta terapia fundada en 1942 por el psiquiatra psicoanalista alemán Fritz Perls y su mujer Laura, psicóloga. Para su seguidor Claudio Naranjo, la Gestalt es una filosofía y una forma de vida relacionada con la búsqueda espiritual, con el reencuentro con la libertad y la naturaleza de uno mismo. El tratamiento no se regodea en el pasado o en lo que podría ser, sino en el aquí y el ahora. El fin es que el sujeto tome conciencia de lo que siente, piensa y hace, y se acepte para experimentar y transformar el presente de forma creativa. Dramatización, lenguaje corporal y diversas técnicas, como la de la silla vacía –confrontar dos posturas enfrentadas para visualizar nuestro diálogo interno–, ayudan a ese “darse cuenta”.

¿Para quién está indicado el método gestáltico?

Funciona con personas de cierto nivel de búsqueda interior, que persiguen no solo el alivio de los síntomas, sino crecer, encontrarse, resolver conflictos interiores, volverse más conscientes. No es recomendable si solo quieres abordar lo superficial. Y no solo sirve cuando estás en plena crisis. Es algo que alimenta y hace bien, como los baños termales. Hablamos con

¿Cuál es el objetivo? 

Tiene mucho que ver con quitarse el policía que todos llevamos dentro y plantarle cara a los mandatos sociales que arrastramos. En el mundo impera la mentalidad neurótica, y la gente va en piloto automático. En cambio, quien se encuentra a sí mismo no funciona como un robot.

¿Es una rebeldía contra la mentalidad dominante? 

No. No se trata de luchar, de cuestionarlo todo, ni de ser un inadaptado. Es más bien una filosofía de vida, una forma más libre de ser. 

¿En qué consiste esa filosofía vital? 

En vivir el aquí y el ahora. En hacernos conscientes de las máscaras inconscientes. En que la coherencia es más importante que las buenas costumbres. Decir verdades arriesgadas tiene gran valor terapéutico, pero es mejor hacerlo en el contexto de la terapia, donde no va a haber una catástrofe por manifestar lo que sentimos o pensamos.

¿Cómo actúa con males tan comunes como la ansiedad? 

La ansiedad tiene mucho que ver con no poder elegir en los conflictos internos, con el miedo a que, si te equivocas, echarás todo a perder. La Gestalt da la capacidad de encontrar el punto neutro, de mirar las alternativas en conflicto y situarte en un bienestar básico al margen de lo que decidas. Se trata de alcanzar una especie de desapego controlado, para no dejarse esclavizar por las heridas del pasado ni por los deseos para el futuro.

¿Y con la depresión? 

La terapia consiste en descubrir que es uno mismo quien se autodeprime y no por un virus que pasaba por ahí. Lo malo de estar deprimido es que no tengas ganas de hacer el esfuerzo o el trabajo necesario. En estos casos hace falta un terapeuta que le haga sentir al paciente que merece la pena. Su labor es estimularlo para que se meta en el acto creativo de sanarse.

¿Sirve para la esquizofrenia o el trastorno bipolar? 

La Gestalt ayuda a progresar a estos pacientes, pero no cura la psicosis. Para los trastornos orgánicos son necesarios fármacos, aunque es mejor no apoyarse en exceso en ellos, porque reducen la capacidad de conciencia y concentración.

¿Es el paciente quien hace el trabajo o el terapeuta?

En la Gestalt es el paciente quien da los pasos, quien está trabajando en sí mismo. El terapeuta solo lo estimula.

¿Cómo es una sesión típica de Gestalt? 

Animas al paciente a que exprese en cada momento lo que siente, a mantener la atención en la experiencia inmediata. El terapeuta ayuda a traducir en palabras y desenmascarar esos sentimientos. Tiene mucho de técnica dramática, de teatro, para sacar a la luz las emociones. Si alguien frunce el ceño al hablar, se le invita a que exagere el gesto, a hacerse consciente de esa postura, para ayudarle a sacar lo que está bloqueado. La diferencia con el psicoanálisis es que pasa de la intelectualización y se centra en sentir. Por ejemplo, a una persona que padecía un tic, el terapeuta le propuso que lo ejercitara a diario ante el espejo, que lograra hacerlo de forma voluntaria, incluso exagerarlo en ocasiones. Al hacerse dueño del tic, este desapareció.

¿Para qué sirve sacar lo que uno siente? 

Las emociones conscientes no hacen daño y pueden modificarse. Pero si uno no tiene conciencia de su enfado o su tristeza, sufre un daño psicosomático o proyecta la emoción negativa a los demás sin darse cuenta, con lo que acaba aislado. En cambio, si sabes lo que te pasa, es como cuando te miras al espejo y te ves despeinado: sacas el peine y te arreglas. Además, a veces al vivir conscientemente una emoción, reconoces que es absurda. Por ejemplo, cuando pensamos que quejándonos vamos a conseguir más cosas, cuando es al revés.

¿Cuánto puede durar el tratamiento? 

La Gestalt tiene que ver con el trabajo de los chamanes, por lo rápido que actúa. Cuando se aplicaba en los años 60, en talleres de una semana o quince días, llamaban la atención sus efectos milagrosos. Es más rápida que el psicoanálisis y no usa tantas explicaciones. Va a la emoción del momento, lo que ya es curativo por sí mismo, sin necesidad de remontarse a traumas lejanos del pasado. Y logra cambios drásticos en los casos en que toca un asunto que nunca había transcendido, por ejemplo, cuando en una regresión a la infancia se recuerda un abuso.

¿Cuándo puede decirse que un paciente mejora? 

Cuando toma conciencia y se va librando de los patrones disfuncionales. Eso implica dejar de ser títere de sus hábitos, usar sus rasgos de carácter a favor y no en contra. Para cambiar algo, primero hay que aceptarlo. Si llegas a reírte de ti mismo, estás sanando.

¿Por qué se llama transpersonal a su terapia? 

Porque trasciende a la persona. Enseña a mirar hacia arriba, a las cosas grandes, y a valorar la vida como un tesoro. Sus pilares son la veracidad –descubrir la verdad de uno mismo–, el coraje –tener el valor de decir lo que hay– y la libertad para salir de condicionamientos y automatismos y apostar por lo que quieres.

¿Estamos todos algo locos? 

Cada persona desarrolla un rasgo neurótico de su personalidad para defenderse de los primeros traumas y adaptarse al ambiente. En ese sentido, podemos decir que cada uno tiene su cojera, su defecto. Pero es posible trascenderlo y usarlo como un aliado. Por ejemplo, si eres agresivo puedes aprender a usar la agresividad de forma sana y libre y no para hacer o hacerte daño. La salud mental no está en juzgar lo que está bien o mal, sino en aceptar lo que la vida te da y navegar con eso lo mejor posible.

¿Le sirvió la terapia para mejorar su vida? 

Mucho. A pesar de que mi terapeuta me trató a patadas (Fritz Perls), me hizo mucho bien. Y es que a veces necesitamos que se nos confronte, no solo que nos den palmaditas en la espalda.

¿Se considera feliz? 

Sí. La mayor parte del tiempo, sí. 

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